Nos sentamos en la arena. Así con la playa vacía, las
olas se vuelven imponentes, son ellas solas que gobiernan la paisaje. En esse
sentido me roconozco lamentablemente dócil, maleable. Veo ese mar implacable y
desolado, tan orgulloso de su espuma y de su coraje, apenas mancillado por
gaivotas ingenuas, casi irreales, y de inmediato me refugio en uma
irresponsable admiración. Pero depués, casi en seguida, la admiración se
desintegra, y paso a sentir-me tan indefenso como una almeja, como un canto
rodado. Ese mar é uma especie de eternidad. Cuando yo era niño, él golpeaba y golpeaba,
pero también golpeaba cuando era niño mi abuelo, cuando era niño el abuelo de
mi abuelo. Una presencia móvil pero sen vida. Una presencia de ola oscuras,
insensibles. Testigo de la história, testigo inútil porque no sabe nada de la
historia. Y si el mar fora Dios?
Mario Benedetti, “La
Tregua”
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